De los dramas japoneses que he visto este es sin duda uno de los que más me ha gustado.
La historia está basada en uno de los relatos de un autor del que ya os he hablado, del definido por el profesor Carlos Rubio como « el último samurái escritor » Mori Ogai.
La película es de 1954 así que está en blanco y negro y os rogaría a los negados a esta versión de cine que le dierais una oportunidad porque es una gran película. Fue nominada a León de Oro en el festival de Venecia pero al final tuvo que conformarse con el León de Plata y los críticos la encasillan dentro de las obras maestras del cine.
Todo comienza cuando el padre de los protagonistas es desterrado, no solo de su cargo de gobernador sino a una isla desierta, viéndose obligado a abandonar a su familia por el mero hecho de querer abolir la esclavitud, motivo por el cual se sublevaron los señores feudales y los samurais, que por aquel entonces tenían mucho poder. Su mujer, sus dos hijos y su criada abandonan las tierras en busca de otro lugar donde puedan comenzar de cero y es aquí cuando realmente se complica la historia. Los niños acaban trabajando como esclavos para el intendente Sansho, un señor feudal cuya maldad no cabe en él pero que dada la alta productividad de sus esclavos al Imperio, es un protegido del Emperador.Por este motivo, nadie se atreve a cambiar el curso de las cosas, a decir en voz alta las palabras libertad o justicia; nadie quiere dar el paso, ni siquiera aquellos que tienen un mínimo de potestad para hacerlo. Valores como la compasión, la complicidad o la caridad están muy presentes entre los esclavos que, aunque alguno de ellos haya sido valiente, ha acabado mal con el consiguiente desanimo de sus compañeros. Los personajes tienen una fuerte caracterización psicológica y son varios y profundos los cambios que sufren, no solo como consecuencia del cambio social en sus vidas, sino también por el paso de la infancia a la adolescencia y más tarde a la edad adulta.
La figura del gobernador desterrado es un personaje ausente físicamente pero que junto al ideal de familia, cohesiona toda la trama.El concepto de familia es el principal motivo de lucha, para huir o para mantenerse firme en las creencias de la honradez y el patrimonio que nos aporta. De hecho, el giro inesperado sucede gracias al buda que pasó de padre a hijo y que, sin que éste lo supiera perteneció a otra familia tiempo atrás.
Su director, el cineasta Kenji Mizoguchi, nació en Tokio en 1898 y está marcado por sus años de convivencia junto a su hermana, quien fue geisha. Este hecho influyó en su producción como director y como podemos ver en esta película, la figura de la mujer tiene mucho que decir como madre, como hija, como hermana y como amiga.Pese a que solo un tercio de su obra sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, lo que ha sobrevivido es material más que válido para enmarcarlo junto a los grandes maestros del cine.